Sábado 29 de enero / Sala El Rodaje. Manzanares El Real / 19:30h. / 5€.

Apenas se conservan una decena de obras de teatro escritas por mujeres del Siglo de Oro español (además de unas pocas piezas menores como sainetes o autos sacramentales). Diez obras de 6 dramaturgas en total, repartidas en dos siglos: XVI y XVII. De estas obras, “El muerto disimulado”, de Ángela de Azevedo, es la escogida por la Compañía Teatro a Bocajarro

 

 

«Son varios los motivos que nos llevan a elegir esta, y no otra pieza de dramaturgas áureas para llevar a cabo nuestro proyecto:

En primer lugar, porque llama la atención que, siendo la autora teatral de la que más obras se conservan del Siglo de Oro (tres), se haya representado tan poco en nuestro país. De hecho, no hay constancia cierta de que sus obras se representaran en su tiempo, pero incluso hoy día, obras como El muerto disimulado siguen sin haberse puesto en escena en español, y solo un grupo de teatro del Siglo de Oro de la Universidad de Brigham Young (USA) hace apenas unos años, se ha atrevido a llevar a las tablas este texto de la autora portuguesa.

En segundo lugar, por la originalidad del texto. Aparte de ser una comedia de enredo de trama típicamente barroca, enrevesada y divertida, el tratamiento que realiza Azevedo de los personajes resulta muy interesante e innovador para su época. Para empezar, hay el mismo número de personajes femeninos que masculinos, cinco. Pero además, los personajes femeninos en la obra, si bien tienen interiorizado el discurso moral dominante en la época sobre la mujer, al mismo tiempo se convierten en contestación a algunos de los tópicos tradicionalmente asumidos en su tiempo sobre su sexo (la inconstancia o la falta de valor, por ejemplo). Por contraste, los personajes masculinos se erigen en contraejemplo y exhiben muchas veces esos mismos defectos que el discurso moral establecido atribuía a la mujer, dejando entrever una cierta parodia del concepto de masculinidad imperante. Así, los varones pueden ser volubles, violentos, incapaces de dominar el deseo y de someterlo a la razón, o
simplemente faltan a sus deberes como padres, amigos o maridos. Es más, algunos de estos personajes femeninos llegan a romper con los roles asociados a su género, como por ejemplo Lisarda, diestra espadachina capaz de derrotar a cualquiera que se le enfrente, dispuesta a usar su espada para vengar la muerte de su hermano, y que incluso llega a utilizarla para defender y salvar a su amado, en un gesto realmente insólito en el teatro del Siglo de Oro.

Y en tercer lugar, el uso del travestismo en El muerto disimulado resulta brillante y llamativo. Además, Ângela de Azevedo utiliza un doble cambio, de Lisarda en Lisardo y de Clarindo en Clara. Llama la atención, pues el travestismo masculino es verdaderamente poco común en el teatro de los siglos XVI y XVII y en las pocas ocasiones en las que los autores dramáticos del barroco utilizan este recurso, lo hacen, o bien con un ánimo ridiculizante y cómico, normalmente en la figura del gracioso, o bien desde la vergüenza y el rechazo al disfraz. En cambio, Clarindo, en El muerto disimulado se siente cómodo con prendas de mujer, utilizando el travestismo como un medio válido y voluntariamente escogido para conseguir sus objetivos, asumiendo su papel femenino sin componente humorístico ni reparos traumáticos, sino lo que es verdaderamente subversivo para su época: con absoluta normalidad. Es, prácticamente el único caso en el teatro barroco español de un verdadero equivalente masculino a las mujeres disfrazadas de varón, más comunes en las obras de su tiempo».

 

 

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