Del 3 de noviembre al 24 de enero / Sala de Exposiciones Julián Redondo. Collado Villalba.
«Cuando me preguntan el motivo por el cual he realizado esta obra titulada Homenaje, no sé qué responder; lo que sí sé es que desde jovencita hasta el día de hoy cada vez que he visitado el Museo del Prado mis pies me han dirigido directamente hacia esa obra excepcional que es “El Descendimiento” de Rogier Van der Weyden, una pintura por la que profeso gran admiración y a la que siento dentro de mí físicamente.
Hace más de un año que vengo trabajando en la obra que hoy presento, humildemente, con el número y la disposición de los personajes de mi admirado modelo. Lo he trasladado a esta época y a mi circunstancia de pintora realista, pero queriendo expresar la compasión y el dolor que después de cinco siglos me transmite la obra de Van der Weyden, inspirándome en la estética del sufrimiento, cambiando el concepto religioso (el cual no se puede significar mejor que lo hizo él) por otro de fuerte contenido social.
En mi cuadro he querido manifestar el dolor y el sufrimiento de unos familiares y compañeros ante una víctima joven como consecuencia de un accidente de trabajo, enmarcando el suceso con un fondo de edificios modernos, impasibles y en penumbras, cómplices enmudecidos –tal vez– de tan manifiesta tragedia.
Para mí “El Descendimiento” es muy importante por muchas razones. Desde el punto de vista estético se trata de un cuadro increíble. La composición y la expresión, el movimiento y el reposo, la elaboración general y la ejecución del detalle muestran la maestría con la que el pintor planteó y resolvió todas las dificultades que se le presentaban. Se trata de una obra con un determinado ideal estético que llevó la dramatización de las expresiones faciales, de los gestos y las posturas de los personajes hasta límites insospechados. El resultado de esta operación inédita es su capacidad de suscitar en nosotros las emociones y los sentimientos más profundos cuando nos encontramos ante ella.
En cada tiempo y en cada lugar, partiendo de su circunstancia y de su lenguaje propio, el artista debe ser capaz de hacernos re-experimentar verdades espirituales. Este es el mandato estético realizado por Van der Weyden. Su circunstancia particular se desarrolló en torno a una burguesía y un comercio pujantes. En su pintura se refleja ese nivel de riqueza y ostentación que presentan todos sus personajes. Por otra parte, el estudio naturalista de los objetos roza la perfección. Asimismo, el mensaje religioso se escenifica en un marco de una vida burguesa, pero el artista supo ir más allá de este realismo para llegar a transmitir lo esencial.
Evidentemente, en la resolución de mi obra, mi punto de partida y mi lenguaje son otros, necesariamente. No utilizo la tabla como soporte y sí una tela gruesa y muy tramada que me permite conseguir unas determinadas texturas y transparencias. Mi herencia es la tradición de un determinado realismo que proviene de Velázquez y el Siglo de Oro. Mi tema principal es el cuerpo. Una aproximación realista y naturista de él, aunque impregnado de un fuerte simbolismo heredado del Romanticismo. De ahí mi voluntad de expresar lo que siento delante de la realidad mostrada.
Es cierto que mi época no es la de la redención de Cristo por la pasión, sino una época convulsa y también, a veces, deshumanizada, de ahí que si la víctima en el cuadro de Van der Weyden era Jesús, en el mío sea uno de esos jóvenes, víctima igualmente de otra tragedia personal.
He deseado, por tanto, con esta obra, y desde las tesis del maestro flamenco, trasladar a nuestros días otra visión de ese drama permanente de la condición humana, como es la existencia del dolor, a partir de una pintura fuertemente comprometida con la necesidad de expresar los sentimientos más profundos de cada uno de nosotros.»
Soledad Fernández
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SOLEDAD FERNÁNDEZ